Tantas cosas por hacer

 ¿Cuánto pesa una rebanada de tu boca sin anclas,
sin pintalabios Atardecer en la Bahía?
No menos que tus palabras, tus palabras que sostienen
al mundo que a cada rato tropieza
porque no aprende bien a caminar
y va corriendo quién sabe a dónde o hasta cuándo.
Escucharte es ver con claridad el sitio
donde los puntos trepan a las íes que se sacuden
cuando la verdad les llueve recio
para entender la termodinámica elemental del paso
y que la paja y el detritus al lado de nuestra casa
aún sirven para fraguar adobes o encumbrar golondrinas.
Todo el tiempo hablas de las cosas por hacer
de un modo tan esperanzado y dulce
que ya parecen hechas porque las estás nombrando,
aunque esto no pague las cuentas del cable,
el internet de la ventana y el oxígeno de las petunias.
Pero eso multiplicamos nuestras manos
y nos leuda mejor el gluten de las teleras del diario
donde inventamos el oficio de no aburrirnos
con nuestro estandarte izado en el palo trinquete
de la bicicleta, calavera de piratas en dos ruedas.
Así llegamos a la noche medio borrados del mapa
y las cosas por hacer aún llegan hasta el techo,
entre ellas, hacer el amor que, según dicen,
consiste en saltar desde ambos lados del colchón
y caer en un solo cuerpo. Pero nosotros venimos
de construir el amor toda la jornada y no queremos
saber de transustanciaciones, instructivos A) B) C),
o superposiciones cuánticas. Nos basta el ingenio
para un buen y democrático polvo que nos exfolie
los cuerpos hasta dejarlos como humo en reposo,
o, simplemente, meternos en nuestros brazos,
soplar la vela, apagar los ojos, hacernos oscuros,
de verdad indistinguibles, hasta que la noche
nos devuelva a la segura orilla de una boca,
litoral que compartimos; estar ahí, café en mano
y bien despierto para oírte decir: ¡Buenos días!

10 de octubre de 2023

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